Autora: Amagoia Iban. Lotura

Félix Padín Gallo (Bilbao, 9 de julio de 1916) junto con Marcos Ortega Alday en el Batallón Isaac Puente

Hoy hace dos meses, este anarquista de 98 años acudía al juzgado de Miranda de Ebro (Burgos). Ese día, la magistrada argentina María Servini tomó declaración a esta víctima de las atrocidades cometidas durante el franquismo.

Félix Padín Gallo nace el 9 de julio de 1916 en el seno de una familia humilde. Con 12 años empieza a trabajar y a los 14 años se afilia a la CNT. Previamente al alzamiento militar del 18 de julio de 1936, forma un grupo de acción junto a otros cuatro militantes anarquistas. Fue muy activo en aspectos culturales, de propaganda, en huelgas y sabotajes, en aprovisionamiento de armas y de dinamita. Combatió contra el bando sublevado en Bilbao. Posteriormente, luchó como sargento y teniente en los batallones Isaac Puente y Durruti hasta que cayó prisionero el 16 de junio de 1937 en Basauri (Bizkaia).
Pasó seis años prisionero en varias cárceles (Arrigorriaga, Galdakao y Gasteiz), en el campo de concentración de Miranda de Ebro y en varios batallones disciplinarios. En junio de 1939 fue puesto en libertad, pero un mes después fue detenido y trasladado de nuevo a Miranda de Ebro y a varios batallones disciplinarios. Padín relató el 4 de agosto ante la jueza María Servini las experiencias vividas durante los seis años que permaneció preso.
Casualmente, su residencia desde hace muchos años es Miranda de Ebro, el lugar en el que vivió como prisionero los momentos más duros de su vida. Su casa está ubicada en un barrio trabajador, y es allí donde ha recibido a BERRIA. Nos abre la puerta su hija Pilar; él aguarda en una pequeña sala, sentado en una silla de ruedas. Advierte al periodista que padece sordera y que hable “alto”. Debido a su delicado estado de salud, Padín habla débilmente pero con firmeza.
Cuando declaró ante la magistrada María Servini, usted dijo que solo se ha tenido en cuenta una parte de la historia. ¿Es normal que después de tantos años sea necesario tener que estar haciendo este tipo de declaraciones?
Todavía se intenta esconder esta parte de la historia. La jueza argentina, conoce lo que sucedió en su país, y es capaz de ver lo que ocurrió aquí. Lo que ocurrió aquí es mucho peor. Mataron a mucha más gente y a los sobrevivientes ¡menuda vida que nos dieron durante 40 años!  
Declaró como testigo en la querella por crímenes cometidos durante el régimen dictatorial del general Franco. ¿Es usted optimista?
No lo sé. No sé si vendrá algo de Argentina, pero al menos se está sacando a la luz poco a poco lo que sucedió en aquella época.
Tiene muchos documentos en su poder. Es una suerte en estos tiempos que corren en los que la falta de pruebas constituye una excusa para negar las atrocidades cometidas por el franquismo.  
En efecto. Puedo demostrar mediante documentos la veracidad de mis declaraciones: estuve preso durante seis años, estuve encarcelado en Miranda de Ebro, posteriormente me trasladaron a un batallón de trabajadores, a Mirabueno y alrededores (Guadalajara) a hacer trincheras, y a Lleida (Cataluña) y a Monforte de Lemos (Galicia) al parque de ingenieros y a varios batallones disciplinarios. Allí ya éramos militares. A mí me tocó la compañía de ametralladoras. El capitán de esa compañía era un lisiado de guerra, y para él, seguíamos siendo del batallón de trabajadores. Nos llamaban para todo tipo de trabajos. También estuve en Cataluña, Madrid, Gipuzkoa y Navarra.
Usted ha denunciado las atrocidades cometidas alrededor del asta de la bandera de Miranda: el caso de un preso fugitivo que murió de frío atado al asta, palizas y humillaciones...   
Sí, en el campo de concentración de Miranda lo pasamos muy mal. Estuve allí en tres ocasiones. La primera fue la más dura, desde octubre de 1937 hasta febrero de 1938. Ese campo de concentración se construyó en 1937 para acoger a presos de cárceles que estaban desbordadas, entre otras, la de Bilbao. Yo tuve tifus, sarna, colitis... A los cuatro días de recibir el alta médica me dijeron que tenía que ir a un batallón de trabajadores... Al jefe del campo de Miranda lo llamábamos El Degollau. Había combatido en África y los moros lo trituraron (suelta una pequeña carcajada)...
¿Comenzó en Miranda su penitencia?
No. Nada más detenernos, nos llevaron a Vitoria, de noche, en autobús. Nos recibieron a bastonazos. Guardo en mi memoria imágenes muy desagradables.
Pesaba usted 75 kilos a principios del verano de 1936. Llegó a pesar 35 kilos durante su cautiverio. Es evidente que no pasó hambre.
¡En absoluto! (suelta una pequeña carcajada) Tenía una cosa a mi favor: antes de la guerra tampoco supe lo que era una buena comida. La comida era una porquería. Más que la cantidad, el problema era la calidad. En más de una ocasión sufrimos intoxicación por el mal estado de los alimentos. En Gaintxurizketa, por ejemplo, nos daban carne y pescado podrido. Cuando estaba en el batallón de trabajadores en Gipuzkoa enfermé y me llevaron al hospital de Zarautz. El hospital estaba al lado de la playa. El cura venía a diario con su palabrería (ríe). Quería escuchar mi confesión pero no lo consiguió. Nos daban las sobras de las chuletas que habían comido los militares. También había algunos alemanes; decían que el aceite de ricino era bueno y ¡lo tomaban!
¿Qué opina usted sobre los análisis que actualmente se realizan sobre la guerra? ¿Considera que fue una guerra civil e irracional entre hermanos?
Yo pienso que nada más proclamarse la república, prepararon la guerra contra nosotros. Cuando estaba sin trabajo, una persona me ofreció un duro a cambio de ir a misa. ¡Cuánto valía un duro en aquella época! Siempre que iba oía críticas sobre la república por parte de los curas.
¿Al finalizar la guerra actuaron según los valores cristianos que proclamaban con los vencidos?
Presumían de ser buenos cristianos, de regirse por esa doctrina... pero su doctrina era aniquilarnos. Si no eran los piojos, te mataban el hambre o las enfermedades. Y eso, si no te fusilaban y molían a palos directamente, claro. Viendo todo aquello, te daba por pensar, y llegabas a la conclusión de que eran capaces de utilizar todos los medios disponibles para eliminarte. De hecho, ¡los utilizaron todos! (ríe tímidamente). Eso sí, repetían una y otra vez que eran las personas más buenas del mundo.
Se calcula que 50.000 personas fueron asesinadas en la retaguardia de la zona republicana. En la retaguardia de la zona sublevada, sin embargo, se calcula en más de 200.000 las personas asesinadas.  
¿Fue usted testigo de la muerte de muchos amigos?
Amigos-amigos no. Fue en la batalla de Legutio (Alava) donde vi morir a más gente. Fue una carnicería. Antes de esa contienda, nosotros teníamos tomada esa localidad sin disparar un solo tiro; y tuvimos la ocasión de entrar en Vitoria, pero no recibimos la orden para hacerlo. Nos ordenaron que regresáramos a Otxandio, y estando allí, bombardearon el municipio. Niños. Murieron muchos niños inocentes.
En cuanto a Legutio, fueron hombres y mujeres de la CNT. Muy pocas veces se menciona que en la guerra de 1936 también combatieron mujeres.
Ahí (extiende el brazo hacia el pasillo) tengo una fotografía con cinco camaradas mujeres que fueron al frente con nosotros desde Bilbao. El periodista inglés autor de Gernikako arbola George Steer escribió un montón de mentiras con la intención de dañar su imagen: dijo que eran pelirrojas, que iban maquilladas como muñecas, que sus rostros eran crueles... Mira la fotografía, verás que fueron igual que nosotros a la guerra (con casco, uniforme, una amplia sonrisa, cinco mujeres jóvenes posan al lado de varios hombres). Simplemente eran mujeres libertarias de la CNT. Pero no eran del agrado de algunas personas.
En cuanto a las mentiras, usted siempre ha denunciado que durante la guerra y después de la guerra unos y otros han escondido o transformado el rol de la CNT.  
Éramos los terroristas y los ladrones de España, tanto antes del verano de 1936 como después, pero nosotros luchamos mucho. Fuimos los primeros en enfrentarnos al levantamiento, y, sin embargo, luego todos han estado actuando contra nosotros. Siempre ha sido así. Soy de la CNT desde los 12 años y a mi casa... uf... la Policía ha venido cientos de veces. Cuando sucedió lo de octubre (se refiere a la huelga revolucionaria de octubre de 1934) me ficharon. Entonces el sindicato estaba abierto todo el día porque, el desempleado y el trabajador que podía, acudía allí. Tomábamos clases en la sede del sindicato, el que sabía enseñaba al que no sabía. Mucha gente aprendió a leer y a escribir en el sindicato. Nos tildaron de terroristas, pero la CNT ha sido una organización de lucha pacífica. No admitía la opresión.
¿Se arreglaban ustedes bien con los comunistas?
En Bilbao los comunistas eran mediocres. La guerra se perdió, entre otras cosas, porque no quisieron colaborar con la CNT. En Bilbao había más anarquistas que comunistas y que miembros de UGT. En aquella época, la CNT era el sindicato que más fuerza tenía. En muchos sitios, las fábricas estaban organizadas según las ideas de los afiliados de la CNT, en manos de trabajadores.
¿Y con los nacionalistas cómo se arreglaban?
No nos arreglábamos bien, porque ellos no querían. En plena guerra, cuando la CNT decidió luchar a favor de la república, el gobierno de Agirre no podía con la CNT. La CNT era fuerte, no como ahora.
Y con los gudaris, ¿bien?
Eran como nosotros.
En el frente se unieron todos.
Sí, estábamos todos juntos. En algunos batallones intentamos organizar la ofensiva, pero fue imposible.
Por cierto, ¿cómo es que cuando se produjo el levantamiento estaban preparados para la ofensiva?
Los falangistas solían estar provocando a los trabajadores antes del golpe militar, circulaban muchos rumores, y nosotros robamos algunas armas. Unas de las armerías, otras a los guardas jurados. Cuando se produjo el levantamiento, gracias a eso, no estábamos con las manos vacías (de casa de Padín sacaron tres rifles, varias pistolas, un revolver calibre 32 y dinamita). Cuando comenzó la guerra, en cambio, no teníamos armas. Fuera de aquí sí, pero en Bilbao los anarquistas no tuvimos ni representación ni armas. (Juan) Astigarrabia (consejero comunista) del Gobierno Vasco no quiso suministrarnos armas, y los nacionalistas nos tenían más miedo a nosotros que a Franco.   No te dejaban moverte, y se organizó de esa manera una especie de contra-revolución.
¿Ha estado en Bilbao posteriormente? Ha cambiado mucho.
Desde el punto de vista arquitectónico sí. Por lo demás, no sé yo si ha cambiado mucho. Yo de niño pasé hambre en Bilbao. Mucha hambre. Ahora también cada vez hay más gente que pasa hambre, pero no se responde debidamente, como se hacía antes. Ahora el trabajador no piensa como tal.
Después de todo lo que ha visto y sufrido, ¿a día de hoy mantiene usted la confianza en sus ideas libertarias?
Sí, mantengo la confianza en mis ideas, pero veo que los sindicatos que tienen que representar a los trabajadores viven a cuenta del dinero que cobran del Estado, y no me fío de ellos. Ser representante sindical se ha convertido en negocio para algunos. En la CNT los trabajadores sostenemos al sindicato.
¿Cree que ha sido afortunado en la vida?
Sí. Porque cuando nos hicieron prisioneros había dos tenientes –uno era yo–, dos anderos y un herido. Cuando los requetés del Tercio de Montejurra nos apresaron, nos quitaron la ropa y todo los que llevábamos encima, y nos dijeron que Franco solo fusilaba a afiliados  sindicales o a militantes políticos. Yo era totalmente fusilable. Sin embargo, yo ya me había deshecho de los símbolos que tenía en la solapa y había destruido todos los documentos que llevaba encima, y no me fusilaron. Al otro teniente que detuvieron conmigo sí, lo reconocieron. Aquel fue sargento en el bando franquista, y en Otxandio se pasó a nuestro bando.
Usted también conoció durante su cautiverio a personas que fueron en dirección contraria. Según ha escrito, coincidió con vigilantes que cambiaron de txapela. ¿Cómo eran?
Los peores eran ellos. Actuaban de aquella manera para ocultar su pasado. En Miranda había un cura que después de estar preso como nosotros cambió de txapela. Vimos las de Caín con él...
¿El franquismo ha muerto?
¡No! (levanta la voz) ¡No hay más que ver a sus sucesores! Lo prepararon todo para que fuera así, y el propio (Santiago) Carrillo (secretario general del Partido Comunista de España) estuvo de acuerdo.